Para comenzar esta tarea había que armar un equipo de trabajo. La primera reunión fue con Luis Fondebrider, presidente del Equipo Argentino de Antropología Forense. Solo ellos, con su enorme experiencia y prestigio, podían decir si las familias al final obtendrían la respuesta que tanto esperaban. ¿Se podía hacer el trabajo forense después de tantos años? ¿Estarían conservados los cuerpos como para poder tomar una muestra y cotejarla con el ADN? «Se puede», respondió Fondebrider. Y los antropólogos del EAAF, con Carlos «Maco» Somigliana a la cabeza, apoyaron la causa sin pausa y sin descanso. El siguiente contacto fue con Sandra Lefcovich de la Cruz Roja Internacional. Desde Brasil y desde Ginebra nos asesoraron en los pasos a seguir. La CICR debía ser el árbitro entre dos países en conflicto.
Días después llamó al coronel Cardozo a Londres. Y relató en detalle sus conmovedoras vivencias en las islas: «Desde 1983 siento una angustia en la boca del estómago por no haber podido conocer el nombre de esos chicos, y la frustración que me produjo haberme enterado que los padres desconocían con qué cuidado habíamos tratado a sus hijos para darles una decente sepultura».
«Cuando vi los primeros cuerpos quedé en shock. No podía creer que no tuvieran la chapa identificatoria. Un soldado profesional nunca puede salir sin su identificación colgada al cuello… Encontré que algunos jóvenes habían pegado un papelito y escrito en tinta sus nombres, pero estaban borroneados por la lluvia y el clima».
«Revisé cada cuerpo con mucho cuidado, los bolsillos, las chaquetas, todo. Buscaba algo que me permitiera identificarlo con certeza: había cartas ‘a un soldado argentino’, rosarios, estampitas, golosinas, fósforos, alguna carta personal borroneada que no me permitía determinar si era propia o la había guardado para entregarla a un compañero, pero nada que me dejara certificar quién era», siguió Cardozo.
«Cuidé y respeté cada cuerpo. Los envolví primero en una sábana, como a Cristo, los metí en una bolsa de plástico negra, y luego en una bolsa blanca de PVC, donde anoté con tinta indeleble todos los detalles. Por último, cada soldado fue depositado con respeto en un ataúd de madera. Y sobre el ataúd, volví a anotar todos los datos. Buscaba que esos cuerpos pudieran preservarse para una futura identificación», reveló acerca de la forma en que habían sido enterrados. Este cuidado permitió que 35 años después 90 soldados hayan podido ser identificados.
Con el apoyo del EAAF, la CICR y Cardozo, el camino parecía allanado. Sin embargo, llevar adelante esta causa humanitaria no fue fácil. Durante años muchas puertas se cerraron y otras ni siquiera se abrieron. Funcionarios, importantes figuras de los derechos humanos, periodistas, políticos, legisladores, celebridades, escucharon impávidos el ruego de las familias y se limitaron a un «manden un mail con lo que quieren hacer» o «no nos podemos meter con un tema que es político».
En 2011, un encumbrado funcionario con despacho en la Casa Rosada, a solo pasos del de Cristina Fernández de Kirchner, preguntó sorprendido:
- “¿Y vos por qué querés la identificación, acaso tenés un muerto en Malvinas?”
-“Yo tengo 649 muertos, ¿usted no?”, le respondió.
Otro representante del gobierno kirchnerista se animó a un despropósito aún mayor: «Para que yo le lleve esto a la Presidente me tenés que decir cuánto va a costar; acá hay que hablar de plata».
En diciembre de ese año, ya sin tener una puerta donde golpear, pensaron en que la única posibilidad era llegar a una figura internacional: «Hay que darle voz a estas madres».
Y surgió una idea que cambió el curso de esta historia: en marzo de 2012 Roger Waters, líder de Pink Floyd, llegaba al país con diez shows vendidos en el Monumental. Y otra vez el destino jugó su carta: un amigo le dio el correo del gran músico inglés.
Pocos días antes de la Navidad, envió un breve mail. El asunto: «Carta desde Argentina». El pedido: «Hay 121 soldados no identificados. Como luchador por los derechos humanos y movimientos antibélicos le pedimos que ayude a estas madres de Malvinas que desde hace más de 30 años no tienen dónde dejar una oración o una flor».
Dos días después, llegó la respuesta: «¿Por qué no fueron identificados estos soldados? ¿Cuál es el procedimiento? ¿Cuál es el impedimento? En la primera semana de enero estará de regreso en Nueva York, y estaré ansioso esperando tu respuesta». Al final puso una posdata: «No sé cómo conseguiste mi mail personal, pero por favor no lo compartas».
En la primera semana de enero, Roger Waters comenzó a trabajar por los soldados argentinos muertos en Malvinas. Su compromiso fue absoluto. Reuniones con embajadores británicos en cada país que visitó con su gira mundial, contactos con la Cruz Roja Internacional, cartas a legisladores, y un ofrecimiento: «Tengo una reunión con tu presidenta, decime qué necesitás que le pida».
El 6 de marzo de 2012, el autor de The Wall se reunió con Cristina Kirchner. Y allí le pidió por los soldados argentinos no identificados. “Le entregó, además, una tarjeta en la que yo le había enviado agradeciéndole su compromiso con las madres de Malvinas. Pero el inglés y la mala traducción no ayudaron mucho. Y la confusión fue tal que Estela de Carlotto, al salir de la reunión, declaró: ´Waters le pidió a la presidenta por unos soldados ingleses enterrados en Malvinas`”.
Aun faltaba un largo camino por recorrer para identificar a nuestros soldados.
La historia que tenés que conocer.
Continuará.