Exactamente cuatro décadas atrás, el 1 de abril de 1985, un grupo llamado Sumo sacudió los cimientos del rock argentino con su álbum debut oficial, Divididos por la felicidad. Publicado por CBS, el disco irrumpió en la escena local con una mezcla transgresora de post-punk, reggae y un espíritu lúdico que rompía con cualquier molde establecido.
La ecléctica receta de Divididos por la felicidad fue obra de la visión de Luca Prodan, quien llegó al país con el objetivo expreso de sacudir un ambiente musical al que, según sus propias palabras, le faltaba “locura”. Junto a Diego Arnedo, Alberto “Superman” Troglio, Ricardo Mollo, Roberto Pettinato, Germán Daffunchio y, ocasionalmente, Tito “Fargo” D´Aviero, Sumo fusionó texturas post-punk con la fuerza cruda del reggae, un género que Luca conocía de primera mano gracias a su paso por Londres y a haber presenciado el mítico concierto de Bob Marley en el Lyceum de 1975.

El título del disco es, además, un tributo encubierto a Joy Division y a la trágica historia de su líder, Ian Curtis. “Divididos por la felicidad” surgió como un juego de palabras con el nombre del grupo inglés (“divided by joy”), reflejando la impronta oscura y, a la vez, sarcástica de Sumo. Esa irreverencia también se hizo notar en la variedad de recursos que confluyeron en la grabación: un saxofón alocado al estilo Van Der Graaf Generator, la combinación de baterías electrónicas con percusiones tribales y la voz desgarrada de Luca, que alternaba entre un inglés fluido y un castellano tan particular como magnético.
El resultado fue una obra pionera que sacudió la escena del rock argentino no solo por la fuerza de sus canciones, sino también por su producción fresca y experimental. En el estudio, la inexperiencia del productor Walter Fresco y del ingeniero de sonido Luis Brozzoni no impidió que el disco capturara la energía frenética de la banda. Las composiciones de Sumo transitaron sin complejos desde el reggae más ortodoxo —inusual en la Argentina de mediados de los 80— hasta atmósferas densas con letras provocadoras y ritmos a contramano de los patrones tradicionales del rock.
Hoy, al cumplirse 40 años de aquel lanzamiento, Divididos por la felicidad permanece como un punto de quiebre en la historia musical argentina. Aquel sonido “deliberadamente imperfecto” y sus sátiras bailables marcaron el rumbo de toda una generación, abriendo la puerta a nuevas corrientes y ensanchando los límites de la canción de rock en el país. Su legado sigue vivo: cada reedición y cada tributo reafirman que, aun cuatro décadas después, la genialidad de Luca y su banda sigue encendiendo la chispa de lo inesperado.