El 25 de febrero de 2005, el rock argentino perdió a uno de sus más grandes exponentes: Norberto «Pappo» Napolitano. A dos décadas de su trágica muerte en un accidente de moto cerca de Luján, su figura sigue intacta en la memoria de los seguidores de la música pesada y el blues nacional. Su legado está presente en cada riff arrollador, en cada solo incendiario y en cada acorde tocado con furia.

Desde sus primeros pasos en Los Abuelos de la Nada y Los Gatos, Pappo demostró que su destino estaba marcado por la música. Su paso por la banda de Lito Nebbia le dio un primer gran impulso, pero fue con Pappo’s Blues, fundado en 1970, que definió su estilo inconfundible, fusionando el rock más pesado con la esencia del blues.
Durante los ’80, su banda Riff revolucionó el rock pesado argentino con himnos como «Ruedas de metal» y «La dama del lago». Sin embargo, el reconocimiento no fue inmediato en su propio país, y fue el mismísimo B.B. King quien en 1993 lo presentó en el Madison Square Garden como «uno de los mejores guitarristas del mundo».

Su discografía es un testimonio de su genialidad: desde los clásicos de Pappo’s Blues hasta su último trabajo, Buscando un amor (2003), que lo encontró en plena madurez artística. En su portada, Pappo aparecía rodeado de leyendas como Muddy Waters y Jimi Hendrix, un homenaje que hoy cobra un significado profético.
La muerte del Carpo conmocionó al rock argentino, y su ausencia sigue sintiéndose. Norberto «Ruso» Verea lo describió con precisión al decir: «Este autodidacta debe haber tocado los mejores riffs de rock and roll que existan en Argentina. Su esencia fue la del rockero puro, sin filtros ni concesiones».

Más allá de su talento, Pappo también era un personaje inigualable. Su amor por las motos, su desparpajo y su autenticidad lo convirtieron en una figura inolvidable. Una de sus anécdotas más insólitas lo encuentra en los ’80 atendiendo la parrilla de un amigo en Avellaneda. Sin dudarlo, se arremangó y tomó el mando de las brasas, sorprendiendo a unos clientes que no podían creer que el mismísimo Pappo les estuviera sirviendo un choripán. «¡Sí, soy Pappo! ¿Y qué te pasa, pelotudo? ¿No puedo ser Pappo y hacer chorizos?», les espetó con su habitual estilo directo.
A veinte años de su partida, Pappo sigue presente en cada guitarra que ruge. «Sucio y desprolijo», «Desconfío», «El tren de las 16» y tantos otros himnos son testimonio de su grandeza. Porque hay artistas que mueren, y hay otros que se vuelven eternos.