A casi dos años del inicio de la actual gestión provincial, el Gobierno de Santa Cruz atraviesa una etapa marcada por la confusión, la falta de conducción política y las señales cruzadas entre sus principales referentes. Lo que comenzó como una promesa de renovación terminó convirtiéndose en un gobierno que no logra encontrar su rumbo, mientras la provincia se hunde entre internas, improvisación y un creciente malestar social.
Desde la asunción, el gobernador ha intentado mantener un equilibrio entre diferentes sectores del oficialismo, pero ese intento se transformó en un problema estructural: nadie parece conducir de verdad. El poder está fragmentado entre ministerios que no coordinan, funcionarios que se contradicen públicamente y un vicegobernador que, más que acompañar, parece moverse en una línea propia, sin conexión con la agenda del Ejecutivo.
Las promesas de modernización y transparencia quedaron reducidas a slogans. En la práctica, la gestión muestra inacción en áreas sensibles: salud con hospitales desbordados y profesionales que migran, educación con conflictos salariales recurrentes, obras paralizadas y un esquema económico que no logra activar el empleo ni el consumo. Mientras tanto, los discursos oficiales se enredan en diagnósticos que ya nadie escucha.
En el gabinete, los cambios son constantes pero sin dirección. Algunos ministros actúan como figuras autónomas, otros se limitan a resistir el desgaste diario. No hay plan, no hay norte, y las decisiones —cuando las hay— se toman por reflejo o por presión mediática. La gestión se sostiene más por la inercia institucional que por un proyecto político consistente.
El vicegobernador, lejos de cumplir un rol de articulación, se ha convertido en un factor de tensión. Su relación con el gobernador oscila entre la distancia y la desconfianza, alimentando versiones de fractura interna. En los pasillos del poder provincial, ya nadie oculta que la convivencia política es frágil y que cada actor mira más su propio futuro que el destino colectivo de la gestión.
Santa Cruz, una provincia con historia de liderazgos fuertes y definiciones claras, enfrenta hoy el desafío de un gobierno sin pulso. La mitad del mandato ya pasó y la sensación generalizada es que se perdió un tiempo valioso. No hay un horizonte visible ni un plan integral para lo que viene.
Mientras los funcionarios discuten entre sí y ensayan excusas, la gente espera respuestas. En la calle, en los comercios, en las escuelas, el mensaje es claro: el barco está a la deriva, y cada día que pasa sin rumbo definido, la distancia con la realidad de los santacruceños se hace más grande.
La pregunta es si el gobierno provincial todavía tiene tiempo —y voluntad política— para enderezar el timón, o si ya decidió dejar que el viento lo lleve a donde sea

