En la víspera del Día del Trabajador, la pregunta ya no es solo si tenemos trabajo, sino en qué condiciones estamos trabajando. ¿A qué costo? ¿Con qué nivel de exigencia, de presión, de disponibilidad permanente? Este 1º de mayo también debería ser una oportunidad para repensar el valor del descanso, el derecho a la salud mental, y la necesidad urgente de recuperar el equilibrio entre la vida y el trabajo. Porque trabajar no debería ser sinónimo de quemarse.
“Dormía cinco horas. Me despertaba a las 3 a.m. sin razón y no podía volver a dormir. Seguía igual. Me saltaba las comidas, no sentía el cansancio… Hasta que un día, muerta de hambre, no pude tragar un solo bocado. Masticaba, pero no bajaba. Había perdido la capacidad de comer. Eso fue el burnout”.
Este testimonio lo dio una mujer de 60 años. Pero podría ser cualquiera. Porque el burnout no distingue edad, género ni profesión. No es un problema de oficina ni una tendencia entre influencers: es el resultado de un sistema que exige funcionar sin parar. De una vida que obliga a correr, aunque no sepas hacia dónde.
Estamos hablando de un desgaste integral: físico, emocional, mental. No se trata solo de “estrés laboral”, sino de una sobrecarga constante de responsabilidades, exigencias, pantallas, notificaciones, preocupaciones económicas, multitarea, hiperconectividad. Comer mientras respondés mails. Dormir con el celular en la mano. Postergar el descanso. Vivir sin pausa.
Pedraza, especialista en salud corporal, describe algunas señales que ya deberían hacer sonar las alarmas:
- Te despertás a las 3 de la mañana sin razón y no podés volver a dormir.
- Tenés problemas digestivos sin explicación médica clara: colon irritable, gastritis, constipación.
- Te duele el cuello, los hombros o alguna parte del cuerpo sin un motivo específico.
- Sentís una fatiga que no se va ni con sueño, ni con café, ni con “ponerle onda”.
Y no, no es solo cansancio. Es un cuerpo que te está diciendo: basta.
La cultura del “estar siempre disponible” nos ha hecho creer que descansar es un lujo. Que hay que ser productivos, activos, positivos. Que si te sentís mal, es porque no estás gestionando bien tu tiempo o tu energía. Pero no es así. Lo que estamos viviendo es un modelo que agota, que nos empuja al límite y nos hace sentir culpables por necesitar parar.
Y cuando finalmente paramos, muchas veces ya estamos rotos.
La buena noticia: todavía podemos elegir. Elegir decir que no. Elegir no responder. Elegir desconectarnos. Elegir movernos. Elegir estar presentes. Elegir pedir ayuda.
Porque no se trata de rendir. Se trata de vivir.