Dirigido por Ricky Piterbarg, muy esperado documental sobre Don Cornelio y la Zona, una de las bandas más importantes y valoradas del under en los 80, con Palo Pandolfo en la voz. La película incluye un sorprendente material de archivo y también la participación actual de los músicos.
El cineasta, también actor y músico, es conocido por sus películas anteriores, como «Venimos de muy lejos» e «Ikigai». Además, coordina el ciclo «El cine argentino va a la escuela» de la DAC (Directores Argentinos Asociados). La decisión de comenzar la película desde ese concierto, especialmente en Medio Mundo Varieté, refleja el espíritu de la época: el circuito under. Teatros y conciertos en sótanos, galpones. Sobre esto, el director destaca: «Don Cornelio estuvo dos años. No abarcó diferentes épocas: ni los primeros años 80, con la llegada de la democracia, ni los 90. Fue una época de mucho espacio para los jóvenes, para expresarnos libremente. El Parakultural fue nuestra escuela. Construíamos cultura en esos espacios, a viva voz. Poniendo todo el cuerpo. Apostando por algo. Disfrutábamos plenamente de nuestras libertades, del destape, de la exploración».
Los documentales sobre bandas nacionales siempre son celebrados. Don Cornelio era rock (el de interminables horas de ensayo), poesía, una mirada al mundo. Publicaron dos álbumes. «Don Cornelio y la Zona», de 1987, que incluye los conocidos temas «Ella vendrá» y «Taza de té chino». Un año después, «Patria o muerte», que quizás no fue comprendido plenamente en su momento, pero hoy se considera un gran disco. Con Palo Pandolfo en la voz y guitarra, eran seis.
El reencuentro, aunque sea para un concierto o un momento en «Cenizas y diamantes», adquiere un nuevo significado tras la muerte de Palo Pandolfo en 2021. Desde los días en que estaban juntos, la banda estaba compuesta por: Alejandro Varela en la guitarra, Federico Ghazarossian en el bajo (quien luego formaría Los Visitantes con Palo), Fernando Colombo en el saxofón, Sergio Iskowitz en la trompeta, Daniel Gorostegui Delhom en los teclados, y Claudio Fernández en la batería, quien además es un autoproclamado fan de Don Cornelio. Él fue quien conservó y catalogó todo el archivo que constituye el corazón de este documental.
Hablando sobre la riqueza de este material, Fernández comenta: «Teníamos la posibilidad de ensayar en una casa. Teníamos espacio para convivir. Era un hecho artístico en sí mismo. Nuestros ensayos solían incluir preparar la cena o merendar. Había charlas, pintura. Palo nos inspiraba, traía pinturas, crayones. Era un encuentro de gente con un cierto arte». Para la segunda mitad de los años 80, tener una cámara de video era un plus. Fernández agrega: «Teníamos una cámara de VHS que usábamos mucho. Grabábamos nuestros ensayos. Era increíble filmar. Parábamos para tomar un café y filmábamos. Todo era parte de un acto artístico visto con el tiempo. En ese momento, no éramos conscientes de eso».
Mirando retrospectivamente, cada ensayo era una exploración artística. Sobre esta expansión de los límites del arte, la pintora Alejandra Fenochio, que conoció a Palo Pandolfo en la etapa de Los Visitantes, comenta sobre el espíritu experimental de aquellos años: «Era una época llena de Parakultural, donde la experimentación se llevaba al extremo. Los límites entre el arte y la vida se borraban. Escenario, vestuario y audiencia eran uno mismo».
Hay algo en la esencia de «Cenizas y diamantes» que también habla de amistad y arte. El director, Ricky Piterbarg, reconoce que el proyecto originalmente fue de su amigo y colega Roly Rauwolf, quien comenzó a trabajar en él hace más de 10 años, acumulando mucho material sobre Los Cornelio. Desafortunadamente, Rauwolf falleció en 2020, y fue entonces cuando el grupo de amigos editores y directores decidió llevar adelante el proyecto. «La idea fue de Roly», afirma Piterbarg, «un amigo muy querido mío, que fue el montajista de mis dos películas anteriores. Me uní al proyecto cuando él expresó su deseo de retomarlo después de que una productora lo dejara de lado».
Los dos amigos se encargaron de todo. Presentaron el proyecto en 2018, pero «Roly falleció dos años después». Como parte del equipo de amigos que trabajan juntos, Norberto Ludin, también director de cine y montajista de esta película, dice: «Compartimos muchos proyectos en los últimos años de Roly. Él editó varias de mis obras, especialmente en los últimos años, y yo fui parte de su equipo en sus proyectos. El documental de Don Cornelio fue parte de esa dinámica. Para Roly, al igual que para muchos de nosotros, la amistad y el trabajo estaban y están muy conectados: nos gusta trabajar con amigos».
Nada en «Cenizas y diamantes» busca ser lineal. No hay voz en off ni subtítulos. La narrativa se construye a partir del material de archivo. A través de fragmentos de conciertos o ensayos, nos transportamos al presente que parece tan vivo en las canciones, la ropa, la química de la banda. Es una forma de espiar esa intimidad creativa, explorar qué hacían, cómo lo hacían. Desde el presente, se aprecia el valor de esa distancia. Por ejemplo, en una escena de la película, la banda viaja en auto por la ciudad, y eso transforma la ciudad y su entorno, los autos, el cielo. Se pueden rastrear las huellas de la época. Sobre esto, Piterbarg destaca: «Quería que la película respirara esa época. Descarté las entrevistas y cualquier elemento que cambiara la estética del archivo. Y eso era el sudor de los sótanos de los años 80. Por eso todo está envuelto en esa textura. Autos, ropa, la ciudad».
Esta apuesta va más allá: en lugar de reunir a los Cornelio en un bar, se los convocó a un galpón para filmar. «Ese encuentro intentó ser lo más ochentoso posible», señala el director. «Nos reunimos personas de esa época. No por nostalgia de los años 80, sino porque lo que sucedía en aquel entonces y la energía que compartíamos en esas reuniones sigue siendo la misma: declamar poesía, comer en la calle porque queremos estar juntos. Eso era lo que hacíamos entonces, y hoy, con los mismos personajes de 60, 70 años, el espíritu sigue siendo el mismo».
Encontrar la forma adecuada fue crucial. El director menciona que no sabían cómo empezar el montaje. «Comenzamos una vez que todo estaba grabado. Es un ejercicio, ¿verdad? El montaje de un documental es como un acto teatral de búsqueda: poner materiales sobre la mesa y ver qué sale». Sin embargo, reconoce que tenía una idea para el comienzo. «Esas caminatas por el pasillo de Medio Mundo Varieté. A partir de esa semilla, el montaje comenzó a fluir».
Para Ludin, a partir del material de VHS de la banda surgió la idea de un collage que pudiera «reflejar el espíritu de ese grupo de amigos». Sobre el tratamiento de la forma y el contenido, comenta: «Intentamos reflejar en el montaje el sentimiento que experimentamos al ver esas imágenes, que además de mostrar ensayos y conciertos, transmiten alegría, amistad, trabajo creativo y la producción de música». Evitar «caer en la tentación» de simplemente contar la historia de la banda fue fundamental. «El material nos llevó a otro lugar, hacia la poesía y la historia de la banda», añade.