Días más tarde sonó su teléfono. Era Oscar Parrilli, secretario general de la presidencia en ese entonces. «Roger Waters le dejó una tarjeta suya a la Presidente por un tema de Malvinas. ¿Puede venir el 13 de marzo para explicarnos de qué se trata?».
La reunión duró dos horas, también estuvo presente Julio Alak, ministro de Justicia, y Parrilli dijo: «Si el 26 de marzo ustedes traen 20 cartas de familiares que certifiquen que desean la identificación de sus hijos, la Presidente puede considerar la causa».
Para traer las cartas firmadas, había que buscar a las familias. Julio Aro viajó a Corrientes y yo volé al Chaco. Visitaron en pequeños pueblos y parajes perdidos, sin direcciones y sin datos -con la ayuda de David Zambrino, veterano chaqueño y el fotógrafo Alejandro Carra-, 37 familias de caídos en un fin de semana.
El 2 de abril, cuando se cumplían 30 años de la guerra, Cristina Fernández anunció en Ushuaia: «Quiero decirles que el día viernes, en mi carácter de Presidenta de la República, he dirigido una carta al titular de la Cruz Roja Internacional para que tome las medidas pertinentes e interceda ante el Reino Unido para poder identificar a los hombres argentinos y aun ingleses que no han podido ser identificados, porque cada uno merece tener su nombre en una lápida…, cada madre tiene el derecho inalienable, como Antígona, de Sófocles, viene desde el fondo de la humanidad, del fondo de la historia de enterrar a sus muertos, ponerle una placa y llorar frente a esa placa».
Hubo emoción, llamados de teléfonos, y la primera cita formal en el ministerio de Justicia. A la causa se sumaron, ofreciendo su voz y su apoyo Cristina Pérez, Santo Biasatti, Jorge de Luján Gutiérez, Daniel Hadad y Juan Carr. Era necesario sumar voluntades, que la gente supiera del ruego de estas madres.
Mientras, Roger Waters hizo un nuevo y sorprendente intento. Escribió una emocionante carta a Sharon Halford, miembro de la Asamblea Legislativa de las Malvinas y de gran influencia en la política isleña. La carta, que nunca antes fue publicada, decía así:
«Estimada Señora Presidenta:
A modo de preámbulo, y para presentarme, mi nombre es Roger Waters (ex Pink Floyd) y he estado de gira por The Wall Show en todo el mundo durante los últimos dos años. Recientemente realicé nueve shows en el Estadio River Plate en Buenos Aires, Argentina. Me contactó allí una periodista argentina, Gaby Cociffi, que representa a un grupo de mujeres que se hacen llamar «Madres de Malvinas». Estas mujeres son las madres de los 121 conscriptos argentinos no identificados enterrados en tumbas sin nombre en el cementerio de Darwin en East Falkland. Me conmovió mucho su difícil situación, que implica una doble pérdida. No solo perdieron a sus hijos en la guerra, sino que además no tienen un lugar específico para poner una flor o derramar una lágrima».
Y fue allí donde reveló por qué los soldados de Malvinas habían calado tan hondo en su corazón:
«Yo mismo me encuentro en esos dos lugares. Mi abuelo, Sapper George Henry Waters, 1890-1916, se encuentra en el cementerio británico de Maroeuil, cerca de Arras, en el norte de Francia, y mi padre, segundo teniente Eric Fletcher Waters, 1913-1944, aunque su cuerpo nunca se encontró, se conmemora en la placa 5 del Allied Memorial en Monte Casino en el sur de Italia. Si alguno de estos dos hombres, mis antepasados, hubiera yacido en tumbas sin nombre, y hubiéramos tenido la tecnología para identificar sus restos, creo que mi abuela y mi madre habrían sentido una angustia indescriptible si sus cuerpos hubiesen languidecido sin marcar en algún campo extranjero… Por eso cuando Gaby me pidió que ayudara a impulsar una iniciativa para identificar a estos 121 muertos argentinos, acepté».
La misiva cerró con un pedido conmovedor:
«A la luz del reciente ruido de sables entre Londres y Buenos Aires, sería algo hermoso para los isleños elevarse por encima del cuerpo a cuerpo y tomar el terreno moral más elevado. Sé que este es un tema complejo, y que mi comprensión del mismo puede ser incompleta, pero, al igual que mi padre y mi abuelo antes que yo, también sé que casi siempre hay algo correcto que hacer. Humildemente espero su respuesta».
En Buenos Aires, el Ministerio de Justicia -con Juan Martín Mena como responsable- se hizo cargo del expediente por la identificación. En la primera reunión, donde también participaron funcionarios de la Cancillería, se les encargó que buscáramos a las familias: «No existe un registro de deudos de Malvinas y faltan la mayoría de las direcciones. Hay que ir provincia por provincia, ciudad por ciudad, pueblo por pueblo para buscarlos». Así se hizo en diferentes viajes que implicaron noches en lejanos pueblos, días enteros sin respuestas, vecinos solidarios y hasta un maestro que ayudó a traducir el toba con madres de pueblos originarios.
En la segunda etapa, se hicieron las extracciones de sangre que permitieron crear el primer Banco de datos Genéticos de Malvinas. El equipo que visitó nuevamente a los familiares estuvo integrado por «Maco» Somigliana del EAAF, Natalio Etchegaray y Vanina Capurro, escribano general de la Nación y escribana adjunta, quienes certificaron las muestras, funcionarios del ministerio de Justicia, encargados de hacer el cuestionario exigido por la CICR, y gente de Acción Social. Con las muestras de 80 familias se elevó el expediente para ser presentado al Reino Unido.
La beligerancia política de CFK con Gran Bretaña no ayudó a que la causa avanzara. Tampoco las internas y la falta de colaboración de algunos veteranos. Otra vez todo pareció estancarse.
La historia que tenes que conocer.
Continuará.