Antes del arranque furioso del último recital de Sumo en Obras, Luca Prodan anuncia: ‘Esta noche, el show es un show al revés. A mí se me dio vuelta la vida… También es un show dedicado al amor y a que la gente se respete el uno al otro. ¿Ok? Y entonces (…) el primer tema es lo que le dijo Borges al punk en el tren, en Londres: ‘Fuck you!’».
Horas antes, José Luis García había pasado a buscar a Luca por el caserón de la calle Alsina y juntos tomaron el colectivo 29 en Plaza de Mayo hacia Núñez. El joven cineasta casi no había tenido trato con el cantante de acento raro, lo conocía, sabía quién era gracias a las mil historias relatadas por un amigo en común, pero de ahí a acompañarlo horas con una cámara sin al menos una charla previa sonaba arriesgado. ‘Vos seguilo a Luca’, le dijo el dueño de la cámara y José Luis cumplió al pie de la letra.
El registro de esa noche, una especie de interminable toma secuencia, es un valiosísimo documento sobre una experiencia que parecía intransferible. Siempre costó explicar a las nuevas generaciones cómo era Sumo en vivo. No había modo de describir la contundencia escénica y el naturalismo bravo que expresaban el sexteto arriba y abajo del escenario, una liga de adorables desquiciados marcados por el magnetismo de su cantante. En casi hora y media de un recorrido vertiginoso sobre la vida secreta de un concierto de Sumo, Fuck You! El último show es la conclusión final de aquella excursión al corazón salvaje del rock de los 80, y que se estrena el viernes 26 de abril en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici), en el Cine Gaumont.
La biopic que se escribe sola tiene ahora un nuevo capítulo, esta vez en formato visual, donde aparece el líder de un modo más íntimo y acto seguido es el mismo tipo que controla el escenario como sus admirados Lou Reed o Jim Morrison. La cámara de José Luis García se mueve detrás de sus gestos y frases, casi como los hombres y mujeres que al conocerlo empezaron a seguirlo con fervor devoto. No parece deteriorado a pesar de que su hígado no daba más.
A principios de octubre de 1987, Luca le pidió a su amigo Rodrigo Espina que comenzara a registrar en video los conciertos de Sumo porque no creía que fuera a llegar a fin de año. ‘Recibimos el mensaje, pero creo que no éramos conscientes. Luca no podía morir. Yo nunca había ido a ver a la banda y de repente estaba ahí metido en los camarines y en el escenario del que sería su último gran show y luego, en los meses siguientes, en algunos más hasta que Luca murió’, dice José Luis García, que conoció a Rodrigo Espina trabajando en la filmación de La historia oficial de Luis Puenzo. Poco más tarde terminaron uniendo fuerzas en diferentes proyectos. ‘Trabajamos juntos en nuestros cortos y en uno de Rodrigo (El día que reventaron las lámparas de gas), en el que Luca hizo un personaje; ahí lo conocí. La foto del afiche de Luca es una que le tomé en ese rodaje’, cuenta el cineasta, que fue parte del titánico documental sobre la vida de Luca dirigido por Espina.
‘Cuando Rodrigo me dijo que no podía ir esa noche a Obras porque se casaba uno de sus hermanos, me dio la cámara y me dijo ‘vos seguilo a Luca’. Y eso hice. Luca fue el guía. Y si bien los músicos se sorprendían con que alguien tuviera ese acceso, con una camarita VHS que no era considerada profesional, le pusieron la mejor onda y participaron todo el tiempo’. Con tan sólo 22 años, José Luis García se abrió paso entre los recovecos de un backstage repleto de gente cercana a los Sumo, una troupe que incluía novias y amantes de Luca, familiares, invitados como Andrés Calamaro y el entrañable Geniol, provisto de su yo-yo Russell.»